sábado, 22 de diciembre de 2012

Out of the Blue

Anoche volví a ver “Out of the blue”, que dirigiera Dennis Hopper en 1980. Rescato el magnífico artículo que Gabriel Albiac dedicó en ABC a Hopper poco después de su muerte, donde glosaba dicha película:

Out of the Blue


GAVIOTAS que, con suprema elegancia, sobrevuelan el basurero; tan necrófagas como las hienas. La fuerza visual de esa metáfora persevera en la memoria de este animal enfermo de cine. Out of the blue («Caído del cielo») es para mí, con diferencia, la mejor película de Dennis Hopper. La que alza su elegía a un mundo muerto: el de la gran épica del rock and roll, al cual pusiera punto de inflexión poética su temprana Easy Rider, rodada cuando era posible aún morir en combate; aunque el combate fuera con un descerebrado rústico que tira de rifle desde su apestosa furgoneta. Era posible vivir deprisa; aunque, al final, la heroica Harley Davidson acabara destripada, al margen de una cuneta en la infinita línea de las carreteras que no van a ningún sitio. Era posible morir joven; aun cuando a tantos se llevara la muerte más estúpida; no la apocalíptica guadaña de los grandes relatos, la aguja sólo, la desalmada. ¿Dejar un bello cadáver? Eso, ni a los más altos héroes de Troya les fue concedido. El cadáver es maculado enseguida por el polvo. Y las Harley Davidson son máquinas demasiado puras para saber nada de aquellas lágrimas de plomo hirviente que Homero vio a los caballos de Aquiles verter sobre la polvareda del combate en el cual pereció Patroclo. Pero Easy Rider era 1969, cuando la tempestad apenas había anunciado su comienzo. Out of the blue sucede en las últimas trincheras, cuando, al cabo de once años, casi todas la batallas se han perdido.
Del más perseverante rockero de esos años tomaba el título de su película Hopper. Out of the Blue es la escueta maravilla que abre en bucle el álbum al cual da shakespeariano título uno de sus versos: ...rust never sleep..., algo así como que «la herrumbre nunca duerme». Bucle, porque con el eco de esa canción se cierra el disco: la misma, aunque cambiado el subtítulo (Into the black, en lo negro); la misma, sólo que dinamitado ahora el inicial tono angélico que daban a su apertura voz y pulcra guitarra, triturado por el estruendo que sabiamente distorsionan las guitarras eléctricas con las que Crazy Horse hizo los directos más bestias de esos años. «¡Más vale arder en una sola llamarada, puesto que la herrumbre nunca duerme!» La herrumbre, la jodida herrumbre, a la cual, si lo solemne nos complace, podemos llamar muerte. Pero que el Neil Young furioso que lo escupe sabía bien que no es ese instante sólo en el cual todo bicho -humano o lo que sea- tiene que dejar de estar; que es cada segundo, cada instante en el cual se nos va el presente y, con él, hasta el último átomo de cuanto somos. No es una revelación que haya impuesto el vértigo de nuestro siglo. Quevedo lo puso -y dio con ello cima a la intuición primera del Barroco-, en la forma más literariamente perfecta con que haya dado la lengua castellana para decir el drama de ser hombre: «presentes sucesiones de difunto».
A Hopper se lo ha llevado el cáncer. Tan común, tan canalla... La herrumbre que no duerme. Aquí, allá, en media docena de lenguas, leo tópicos que hablan de «icono de la contracultura». ¡Icono de la contracultura a los setenta y cuatro...! Aquí, allá, en media docena de lenguas, los mismos tristes lugares comunes sobre el motero de Easy Rider. No hay muchos que recuerden -quizá porque es más triste, por ser más inteligente- aquel Out of the Blue que seguía el vagar de una desolada adolescente, casi una niña, empeñada en repetir con Neil Young que «el rock and roll no morirá nunca», justo en los tiempos de los cuales el rock and roll era ya canto fúnebre. Inmenso basurero, sobrevolado por bellísimas bandadas de gaviotas. Necrófagas como hienas.
Escrito por Gabriel Albiac en ABC, el 31/05/2010.




jueves, 8 de noviembre de 2012

LA SÉPTIMA VIDA. Alberto García Alix.



REPORTAJE
La séptima vida. Alberto García-Alix

Jesús Rodríguez 13/04/2007

Una forma de mirar es una forma de ser. Y mucho más en un fotógrafo. Para conocer a Alberto García-Alix no hace falta leer ningún artículo sobre su vida. (Ni siquiera éste). No hay que acudir a los tópicos de su voz rota, el cuerpo sembrado de tatuajes y la vieja leyenda del maldito. Ni recurrir al cuero negro, las motocicletas Harley-Davidson y los escenarios de la movida. Decorados que detesta. Para conocer a García-Alix hay que repasar sus fotografías. Y ahí está él. Sin recovecos.

"Nunca he retratado seres marginales, sino gente que ha cruzado la frontera. Como yo"

"Una buena foto es algo poderoso, vibrante, que late. No me interesa la técnica, sino el latido"

"Me gustan las situaciones literarias, elmisterio; es una forma de llvar al espectador donde quieres"

"Llevo gasolina en la sangre. Las motos representan para mí la felicidad y la libertad"

"Tú no abandonas la droga; te abandona la droga a ti en busca de cuerpos más jóvenes"

Cada una de sus imágenes es la huella de un amor, una amistad o un infierno. De miedos y heridas. Sus modelos no sonríen; nunca fingen. í‰l tampoco. "No me gusta el teatro; ya tengo bastante en mi vida". Durante 30 años de nebulosa carrera ha retratado su biografía a través de la de otros. Las mujeres que amó y el hermano que se fue; moteros en el filo de la navaja y estrellas del porno; dosis de heroína y habitaciones vacías. Carreteras desiertas, barrios extremos y pensiones sin nombre. Cada paisaje es el reflejo de un estado de ánimo. El espejo de su existencia. La de uno de los grandes fotógrafos de este país con obra en el Reina Sofía de Madrid, la Bolsa de Francfort o el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León. "La fotografía es mi cuarto de juegos", dice. "Y en mi cuarto de juegos fijo yo las reglas. No me planteo las fotos; no digo: 'Voy a hacer la luna en un bosque de Ibiza. O unas ventanas iluminadas en la penumbra mientras beso a mi chica'. Surgen. Me imagino la luz, abro el obturador, me la juego? y sale. Y pienso: ¡A-mayor-gloria-de-Dios!".

García-Alix ha retratado como nadie el universo de sexo, droga y rock and roll que estalló en España a la muerte del dictador. La generación de los 100.000 derrotados por la heroína. Reconoce que sus imágenes huelen a pobre. Su propia cama, "mi tálamo nupcial", omnipresente en su producción, tiene las sábanas sobadas, y en sus baños en blanco y negro huele a mugre. Pero niega ser un fotógrafo de marginales. "Eso es una tontería. Nunca he fotografiado seres marginales, sino gente que ha cruzado la frontera. Gente diferente. Como yo. Miro esas fotos y veo ese mundo con amor. Incluso contemplo nuestra destrucción con amor. La heroína es un asunto muy doloroso. No es divertido ser adicto. La heroína funde tiempo y espacio, aísla; es el demonio. Pero hay flores hasta en el desierto".

García-Alix es el protagonista de todas sus fotografías. Planea sobre ellas. Es el juez de su mirada. Narra la historia. Decide qué mira y con qué intención. Desde el balcón de su hogar, un destartalado caserón entre Chueca y la Gran Vía madrileña, por el que transita a diario sin cita un cortejo de amigos, explora esta noche con su cámara los tejados iluminados por la Luna. Cada encuadre sugiere un estado de ánimo. "La fotografía es una elección, una fragmentación voluntaria de la realidad. El fotógrafo elige. Y debe tomar mil decisiones en segundos: el ángulo, la luz, la velocidad, el foco. En el retrato, además, tiene que exigir. Mi relación con el modelo siempre es tensa. Decido su mirada; la posición de sus hombros, de su cuello, sus manos. Estiro la goma hasta donde aguanta. Y si se escapa, vuelvo a empezar. La diferencia entre una buena y una mala foto es muy pequeña?, pero es insondable".

-¿Qué es una buena foto?

-Algo poderoso, vibrante. Que late aunque sea imperfecto. No me importa la técnica, sino el latido, la pulsión. No creo en el éxito y el fracaso. Me rebelo. Antes me preocupaba que una foto estuviera perfectamente compuesta y enfocada; ahora, transmitir. Mis retratos de hace 20 años eran más estéticos; hoy busco la sinceridad, reconocerme en el dolor, hacer una fotografía más cercana y desnuda.

Cuando se dispone a capturar una imagen, García-Alix entra en una especie de trance. "Reflexiono en mi fotografía todo lo que no he reflexionado en mi vida, que ha sido un desastre. Miro por la cámara para entender el mundo y para entenderme a mí. A veces lo logro; esos momentos en que estás brillante, que te gustas, como dicen los toreros. Sientes ese revuelto de tripas, esa predisposición. Y haces una buena faena. El aprendizaje con la fotografía es un aprendizaje con la vida. Al principio, me guiaba por la intuición; ahora, hay una reflexión. Educas tu mirada. Llevas al espectador donde quieres. Soy mejor cazador de imágenes que cuando empecé; tengo más cartuchos. Más sabe el demonio por viejo que por demonio".

Llegó a la fotografía por casualidad. Sin estudios ni cultura visual. Aunque con buenas lecturas (su abuelo materno, Enrique Pérez Ferrero, era periodista y biógrafo de Baroja y los Machado). Quería fotografiar carreras de motos. "Soy un quemado. Llevo gasolina en la sangre. Representan para mí la felicidad, la juventud, la libertad. Sin moto, la vida se me hace cuesta arriba". Su padre le regaló una Nikon a los 18 años. García-Alix sólo tiró un carrete en un gran premio de motociclismo. Pero siguió disparando sobre su entorno. Y comenzó a retratarse. Aún no sabe explicar por qué. Buscaba algo a que agarrarse. Había abandonado la universidad. Dejado la casa familiar una tarde de 1975 con su maleta a lomos de un ciclomotor. No conocía su destino. Presumía en su primer tatuaje de estar "perdido". En agosto de 1976, hizo sus primeras fotos callejeras durante las 12 horas de rock (y libertad) del Festival de Canet de Mar, entre banderas rojas, anarquistas y republicanas. Ese mismo año comenzó a chutarse junto a Teresa, uno de sus grandes amores; fallecería a comienzos de los noventa. "Fue a la primera persona a la que dije que era fotógrafo. Se lo creyó; y pensé: '¡Bingo! ¡Ya soy fotógrafo!". Después vendrían 100.000 disparos más.

La fotografía se había convertido en el ancla de su vida. Con ella no perdería todo. "Con la heroína fui un atípico. Iba a saltitos. La dejaba. Me levantaba. Volvía. Pasé mis monos en terreno neutral. Sin involucrar a mis padres. Metía mucho la pata. Pero seguía haciendo fotos. Había que comer. Y la cámara rompía mi aislamiento. Me lo dijo un día Willy, mi hermano pequeño, antes de morir de sobredosis: 'Lo tuyo es diferente; tienes la fotografía. Pero yo ¿qué tengo? ¿Trabajar en una fábrica por cuatro duros?'. Willy no tenía salida. En una semana te quitas el mono; pero luego necesitas una ilusión para vivir".

-Su hermano ya había tenido otra sobredosis. ¿Por qué no luchó por él?

-El riesgo está siempre en la heroína. Y lo asumes. Nadie se va de rositas. En aquellos años existía la mística de la droga. La contracultura, la agitación, lo underground. La sobredosis era un riesgo que asumías; como la muerte de un soldado en el campo de batalla: ¡la vieja guardia sufre pero no se rinde! Yo no podía exigir a mi hermano que lo dejara aunque se estaba matando. Si yo consumía, ¡cómo iba a ser tan hipócrita! Murió en junio de 1984; mi chica (Ana Curra, que tocaba en Los Pegamoides) y yo pusimos el Love me tender de Elvis y nos pegamos un homenaje. ¡Va por ti, Willy!

-¿Cómo recuerda esos años?

-Fuera del sistema. Inconscientes, lo pasábamos de miedo. Siempre pensé que fueron muy divertidos. Pero hace algún tiempo comencé a ver mis fotos de aquellos años y lo que me había parecido tan divertido ya no lo era tanto: la mayoría de aquella gente había muerto. Y la mística se disolvió ante el dolor.

Flotando en la cubeta del revelador, en la penumbra del laboratorio, bajo la luz roja y el arrullo del agua, se vuelve a materializar el pasado de Alberto García-Alix. Las imágenes que emergen en la soledad del cuarto oscuro son un pedazo de lo que el fotógrafo ha vivido. García-Alix mantiene la ceniza de su cigarrillo en un precario equilibrio. En el laboratorio resucitan los amores y los amigos. Aquí, una noche volvió a conversar con su hermano a través de su retrato: "Ya ves, Willy, quién nos iba a decir que tú ibas a morir tan pronto y yo vendería un día tu foto".

"Un día me comí un ácido y tuve un viaje muy jodido, y me di cuenta de que la fotografía era una forma de disciplina; de ocupar el tiempo muerto. Me pasaba horas revelando mientras escuchaba fuera a los amigos poniéndose. Siempre he trabajado en casa. A mi ritmo. Rodeado de amigos. Me sentía protegido. El mundo exterior me daba miedo. En casa estaba a salvo".

Fue el comienzo. "Me fascinó la magia de la cocina". Tres décadas más tarde, aún se encierra para conseguir en sus fotografías esa suave gama de grises marca de la casa. "Soy un tiquismiquis". Eleva desde la cubeta una copia empapada, brillante, sedosa; entrecierra los ojos y musita: "Lo puedo mejorar". Empieza de nuevo: revelador, paro, fijador. Siete copias hasta dar en el clavo. "Esto ya sólo lo hacemos los dinosaurios".

Es un momento en que su trabajo tiene algo de rito. Otro es cuando comienza a disparar. Entonces se aísla. No importa qué ocurra a su alrededor. Entra en un estado de concentración absoluta. Con un problema añadido: es miope y nunca usó gafas. Accedió a llevarlas hace unos meses, pero las suele olvidar sobre su marchito tupé de viejo rockero. Y al no ver, su inmersión en lo que va a retratar tiene que ser mayor. Un esfuerzo que le sume en un total estado de nervios (a él, ya de por sí un nervioso incontenible, que nunca para de agitar sus extremidades inferiores y aguantaba a base de nervio, sin pestañear, un botellazo en el cráneo para desplomarse sólo cuando la pelea había concluido).

Esta madrugada va a fotografiar a un empresario de la noche madrileña en la trastienda de su bar. Sin adornos ni estilismo. El espacio es denso y claustrofóbico: un cuartucho junto a los retretes, semioculto entre cajas de botellas y con una inquietante caja fuerte en la pared. "¿Qué habrá dentro?". Es lo primero que se pregunta García-Alix. Los ojos le brillan. "Me gustan las situaciones y los personajes literarios. El misterio. Es una forma de llevar al espectador donde tú quieres".

Fuma sin parar. Bebe Coca-Cola. Atrás quedaron el alcohol y la heroína. A lo sumo, un par de homenajes al año. No le quedó más remedio. Vio la muerte. Y arrastra una cirrosis. "Iba a los bares y pensaba: 'Qué suerte, cuántas botellas quedan'. Siempre he creído que los del ron Negrita me deberían hacer un regalo por haber sido su mejor cliente. Y la droga? Bueno, tú no abandonas la droga; la droga te abandona a ti en busca de cuerpos más jóvenes".

Hace calor. Suda. Está muy pálido. Durante un par de horas imparte secas instrucciones al amo de la noche al que está retratando. Con el mismo tono desabrido que utilizaba para ordenar a las estrellas del porno que se bajaran las bragas y abrieran las piernas. Mientras enfoca, masculla un monólogo: "Podría estar mejor, pero ¿cómo lo consigo?". "Me la juego". Mientras, la fotógrafa Paola Bragado, de su equipo, mueve los focos, carga la cámara y mide la luz. Y le recuerda a voces: "¡Alberto, las gafas!". "Me olvido de todo. Si no tuviera alguien al lado, las sesiones no saldrían. He llegado a hacer fotos sin carrete. Necesito alguien que no es el típico ayudante; es guardia pretoriana. Toda mi vida, ese trabajo lo ha hecho alguien muy próximo a mí. Una vez me recomendaron a un chaval; le pregunté qué leía y me contestó que nada; le puse en la calle".

Sus tripas le indican el momento de disparar. "Cuando algo vibra, me convulsiona, me da miedo. Un momento que si se escapa, no vuelve". El alma de la fotografía: en una décima de segundo, "todo o nada". Dos palabras tatuadas en sus nudillos. Una declaración de principios. (Como todos sus tatuajes). La fotografía ha dado sentido a su vida. Y también ha sido su tortura. Se ha visto a través de ella. Y lo que ha visto no siempre le ha gustado.

"Si pudiera acordarme de todas las noches que he vivido? ¡Qué novela!". García-Alix, que cumplió 51 años hace un mes, es, ante todo, un narrador. Un acuñador de frases brillantes. Ahí están los títulos de sus exposiciones: Llorando a aquella que creyó amarme; El eco de mis pasos; La soledad de mis delirios. Un contador de historias que oscilan entre la realidad y la ficción, y que declama con su dramática dicción tabernaria. Es imposible prever cuánto puede durar una conversación a su lado. De frente y a distancia de charla, como a él le gusta retratar. Es incansable. Bajadas al infierno y subidas al paraíso. La vida cotidiana del yonqui que busca y espera su dosis. La vida en la carretera de los bikers, sucios y tatuados. Sus huesos rotos; sus viajes; París, Tánger y Formentera. Las mujeres que dejaron huella. La historia que hay detrás de cada foto.

"í‰sta es mi princesita, la que me da de comer". Su vieja cámara Hasselblad C 501 está decorada con soles y margaritas, y tiene sobre el visor dos ojos de cristal del tamaño de canicas que siempre están abiertos. Como los de García-Alix. "Una buena historia; una historia vivida, hay que escucharla siempre. En fotografía pasa lo mismo: busco que los ojos de mis modelos dialoguen con el espectador. Comunicar es mi gran premio como fotógrafo".

Lo que no quiere decir que Alberto García-Alix sea sólo un fotógrafo. Editor, escritor, conquistador, biker, aprendiz de poeta, guionista, copropietario de garitos canallas, padre de los hijos de sus mujeres, bailarín, cantante de tangos... Lo deja claro desde nuestro primer encuentro: "Ser fotógrafo no es suficiente; nunca me he sentido un gran fotógrafo y, durante mucho tiempo, ni siquiera un fotógrafo. Era un hobby que me daba de comer. Mi vida no ha sido hacer fotos; ha sido aprender, divertirme y trabajar con los amigos. Y drogarme". Sin más, se introduce en un polvoriento pasillo en su casa y rescata ejemplares de El canto de la tripulación, aquella revista "sin código de barras; un canto libertario", que parió y alimentó desde 1989 hasta 1996. "Es lo más importante que he hecho". El canto de la tripulación fue un sueño y una forma de vida. Una treintena de locos agitados por García-Alix que desde una inhóspita nave industrial cercana a Vallecas pusieron en circulación 10 números de una publicación irrepetible, que nadie sabía nunca cuándo iba a aparecer, no se vendía en quioscos y organizaba fiestas salvajes. Su epílogo, crear un equipo de motos, el Pura Vida Racing Team, que colocó una Ducati en el Campeonato de España. "Poner una máquina japonesa en pista es divertido; pero poner una Ducati, una máquina italiana, es un regalo del cielo".

En El canto se materializaron las obsesiones de García-Alix: las motos, las mujeres y los tatuajes; la muerte y la camaradería; la literatura de aventuras; los viajes interiores; el anarquismo; Céline, Pavese y Gómez de la Serna. Tiró del carro. Se arruinó cien veces. Acumuló en su casa cientos de botellas apuradas hasta el fin. El sueño se rompió por incomparecencia de los tripulantes. Su guardia pretoriana murió en torno a la heroína. Su último aliento está en las páginas de la Tripulación. Corrían los peores años del sida.

Alberto García-Alix es un superviviente. Ha dilapidado seis de sus siete vidas entre accidentes, peleas, descensos a poblados de la droga y puntapiés a su salud. Tiene el hígado machacado, muchos clavos en los huesos y un viejo navajazo en la ingle que le propinó un legionario de Cristo Rey, que no le mató porque se interpuso un paquete de Fortuna (lo primero que hizo aún sangrando fue hacerse un retrato). Pero todavía pasea su elegante figura de chulo-rockero-motero-marinero-apache-bandido con la Leica al cuello por Malasaña; esas calles a las que llegó en 1976, cuando era un veinteañero sin oficio ni beneficio, y Malasaña, un mortecino distrito de artesanos. Treinta años después, éste es el barrio de moda. Y él, un icono. Un clásico de la fotografía. Durante este mes expone en Caracas y Bogotá; en junio, en la galería Juana de Aizpuru, de Madrid. En julio mostrará su obra en los Encuentros Internacionales de la Fotografía, en Arlés (Francia). En septiembre, en la galería Carlos Taché, de Barcelona. El año que viene, en la Kamel Mennour, de París, antes de inaugurar una retrospectiva de su obra en el Museo Reina Sofía que pretende sea mucho más que una simple revisión de su obra. Allí estrenará De donde no se vuelve, un vídeo de 52 minutos en el que trabaja y que supone una revisión de su mundo a partir de sus fotos e imágenes narradas por él mismo. "No me queda tiempo para hacer fotos. El tiempo no me cunde. A veces me siento viejo".

Su rostro refleja todas las cicatrices de sus naufragios. Pero su cuerpo es aún sólido y fibroso. Y sus modales, de caballero. Tiene el pelo gris, las patillas blancas, y unos ojillos oscuros y estáticos que miran de arriba abajo, y en los momentos más duros de nuestra conversación parece que van a desalojar un torrente de lágrimas. Falsa alarma. Cuando su narración llega al punto más terrible, se hace un silencio; el tiempo se congela unos segundos y lo que escapa de su boca es una carcajada.

Tras la extinta aventura de El canto de la tripulación llegaron buenos y malos tiempos. La situación económica había mejorado. De Vallecas, García-Alix saltaba al corazón de Madrid. A los 40 años tenía por fin un cuarto de baño en condiciones. En 1998, la primera edición de PhotoEspaña le dedicaba una retrospectiva que supondría su consagración entre el gran público. Las cosas comenzaban a marchar. Había publicado media docena de libros desde 1986. Y expuesto en Europa y Estados Unidos. En 1999 conseguía, inesperadamente, el Premio Nacional de Fotografía, que conserva, renegrido y con las cintas de la bandera de España deshilachadas, en la pared de su laboratorio sujeto con una chincheta. Hace un par de años lo repescó para pedir un crédito. El director del banco alucinó al ver aparecer a un loco con un ajado pergamino como aval del préstamo solicitado.

En la primavera de 2003 estalló su mundo. í‰l lo describe como "la gran fractura". Se veía venir: sus autorretratos iban mostrando el creciente malestar de su vida; una sensación de callejón sin salida. "Siempre fui libre, pero nunca fui libre de mí". De pronto, todo se confabulaba en su contra: se veía obligado a afrontar una dolorosa ruptura sentimental, la muerte de los últimos amigos, su eterna adicción a la heroína y, por si fuera poco, una hepatitis C le situaba al borde de la tumba. Tenía que tomar una decisión. í‰l, que toda su vida ha huido hacia delante. "Y decidí vivir; en vez de hundirme, aposté por salir adelante; y me fui a París. Tenía que hacer un tratamiento médico muy fuerte para salvar mi hígado. Y en Madrid era imposible, aquí hay demasiadas tentaciones? Cerré mi casa. Regalé mis cosas. Quemé mis barcos. Me di un homenaje en Las Barranquillas (el penúltimo poblado de la droga en Madrid). Y cogí el avión. Atrás quedaban mi mundo y mi seguridad".

A partir de ese momento es posible seguir sus pasos a través de sus fotografías. íšltima noche en Madrid refleja el desamparo de su casa de Madrid antes de partir. En el verano de 2003, presionado por su amiga la coreógrafa Blanca Li, comienza la quimioterapia a regañadientes. "Yo lo hubiera pospuesto eternamente". Una foto de esos días inmortaliza la fría habitación en la que transcurren los primeros compases del tratamiento. Durante semanas no deja de tiritar, tiene fiebre y dolores, pierde peso y masa muscular, cae en una depresión. Quiere llorar pero no sabe. El proceso dura un año. Sólo le acompaña Nicolás Combarro, un fotógrafo de 28 años que es pieza clave en su trabajo y sus proyectos. En ese estado febril, García-Alix comienza a hacer fotografías por las calles de los suburbios de París; retratos furtivos con su Leica y solitarias ventanas iluminadas en la noche. El reflejo de su alma acongojada. Muchas de esas imágenes compondrán Tres vídeos tristes; el más extenso de sus autorretratos. Un descarnado viaje interior que estrena en París y luego en Madrid entre 2004 y 2006. De todo ese proceso, físico, artístico y mental, saldrá renacido.

"Lo reconozco: tengo suerte; estoy vivo. Tengo un organismo privilegiado". Alberto García-Alix, el Keith Richards de la fotografía, saborea su séptima vida. Tras años de trasgresión, hoy es considerado un gran artista, aunque de cerca siga siendo un tipo humilde; un tímido contumaz que se siente incómodo ante el halago; un anarquista que desprecia la política y el establishment cultural. A sus 51 años, ha conseguido vivir como quiere. "Siempre he sido el dueño de mi trabajo y de mi hambre". Su única aspiración es "dar algo de mí; dejar algo. Y vivir como me gusta. ¡Ya es muy tarde para cambiar de lente!".
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miércoles, 7 de noviembre de 2012

BIKERS de Alberto García Alix

"...es un arma tan eficaz como certera y la utilizo cuando noto que la tristeza se me acerca por estribor; entonces, arranco mi moto y conduzco sin importarme el lugar hacia donde pueda llevarme la carretera, porque sea cual sea el destino, la depresión siempre quedará atrás " A. García Alix. BIKERS.

jueves, 1 de noviembre de 2012

LA POLITIZACIÓN DE LOS JUECES DE 1ª INSTANCIA.

 


Cuando se habla de politización de los jueces, siempre pensamos en los del Tribunal Constitucional o Supremo, pero no se suele hablar de politización entre los de 1ª Instancia.  Y es que esa politización es menos visible para nosotros, y creo que incluso para ellos.

Señorías, irse de cacería a la finca del Señor Alcalde es politizarse, tanto si van con todo pagado, como suele ser normal, como si se lo costean Vds., sobre todo si saben o intuyen que dicho Alcalde tiene decenas de empresas con testaferros que se dedican  a no pagar a sus proveedores.

Señorías, la separación de poderes les obliga a no mezclarse en su tiempo de ocio con políticos, ya que éstos suelen convertir en el ocio en negocio, y si Vds. están ahí, están en el momento y lugar equivocados.

En definitiva, Señorías, irse de cacería a la finca del Sr. Alcalde es POLITIZARSE, tanto o más que el Sr. Dívar, y tengan por sentado que su politización influirá a la hora de dictar Sentencia, porque de lo contrario, será la última vez que irán de cacería. Aunque siempre pueden decir la frase del Sr. Dívar “… no tengo conciencia de haber hecho nada malo …” Si éste es su caso, por favor, dedíquese a otra cosa, y no nos complique la vida.

domingo, 27 de mayo de 2012

David Cronenberg

David Paul Cronenberg (n. Toronto, Canadá; 15 de marzo de 1943) es un director de cine y guionista canadiense. Es uno de los principales exponentes de lo que se ha denominado horror corporal, el cual explora los miedos humanos ante la transformación fisica y la infección. Inaugura y abandera el concepto de la "nueva carne", eliminando las fronteras entre lo mecánico y lo orgánico. En sus películas, usualmente se mezcla lo psicológico con lo físico.

“Una Historia Violenta” y “Promesas de Este” representan este concepto:

PROMESAS DEL ESTE.

http://www.youtube.com/watch?v=9BAFeXaMiCg

El cuerpo desnudo y tatuado de Viggo Mortensen en un baño turco vaporoso, peleando contra dos chechenios vestidos de negro durante tres minutos y medio, con sangre y violencia en campo, refleja y sintetiza el recorrido cinematográfico de Cronenberg. Un cine donde el cuerpo, su aspecto, su accionar y reaccionar, es el eje desde donde nacen las anécdotas. El cuerpo tecnológico, el cuerpo monstruo, el cuerpo bicho, el cuerpo que se enciende sexualmente a partir del choque.

Los tatuajes de un preso ruso cuentan su vida criminal, todos los tatuajes son alegóricos y llenos de simbología, en algunos casos un tanto irónicos. Los motivos más frecuentes en tatuajes criminales rusos son:

-Picas: Tatuadas sobre los ladrones
-Tréboles: Indica que no es la primera detención del portador
-Rombos: Tatuaje aplicado a la fuerza sobre los soplones, chivatos e informadores.
-Corazones: Tatuaje aplicado a la fuerza sobre homosexuales pasivos o delincuentes sexuales.
-Alambre de espino: Solía llevarse en la frente e indicaba que el preso había sido condenado a cadena perpetua.
-Crucifijos: Según su colocación puede indicar diferentes cosas. Si el crucifijo se encuentra en el pecho indica que el portador es/era el jefe de una banda de ladrones, en cambio si el crucifijo se encuentra torcido y en la espalda indica que el portador es un delincuente sexual.
-Serpientes: Normalmente colocadas alrededor del pecho o de los hombros del delincuente simbolizan el acoso del sistema soviético sobre su modo de vida.
-Tigre: Conducta violenta contra policías, militares o guardias de prisión.
-Tatuaje pornográfico: Indica que el portador tiene deudas de juego pendientes
-Rosa: El portador estuvo encarcelado antes de cumplir 20 años. Este tatuaje se hacía cuando el portador pasó su primer cumpleaños en prisión.
-Barco pesquero: Deseos de fuga.
-Caras de líderes comunistas: Se consideraban un signo “sagrado” de protección, se solían dibujar sobre los órganos vitales del preso a modo de protección contra ataques del ejército o policía.
-Mariposas: Indican que el portador es un especialista en fugas.
-Velas consumidas: Indican una conducta violenta del portador.
-Campanas: El preso no tiene posibilidad de libertad condicional.
-Dagas: Si están colocadas sobre los hombros con sangre en la punta indican que el portador es una asesino a sueldo, en cualquier otro caso indican que se trata de un delincuente sexual.
-Araña en su tela: Puede indicar que el preso es un drogadicto o bien puede indicar que el preso es un ladrón, si la araña mira hacia arriba indica que es un ladrón en activo, si la araña mira hacia abajo indica que fue un ladrón en el pasado. Si la araña se encuentra sin tela suele indicar que el preso es un drogadicto.
-Genio: Indica una condena por tráfico de drogas
-Caballeros cruzados: Indican crímenes violentos normalmente de corte racista.
-Un sol naciente con pájaros: indica las ansias de libertad del preso
-Iglesia: El número de cúpulas de la misma indica el número de años en prisión o el número de condenas del preso.
-Runas: Las runas indican que el preso no confesó nunca.
-Estrellas: Cada punta indica un año en prisión, o bien si se encuentran sobre las rodillas y en la parte superior del pecho sobre el corazón, indican que el preso es un “Ladrón de ley”, las estrellas en el pecho indican el compromiso con el modo de vida criminal, mientras que las estrellas sobre las rodillas indican que el preso no se arrodillará ante nada ni ante nadie.
-Simbología nazi: La simbología nazi indica rebelión contra el sistema comunista.
-Ojos: Si se encuentran en el pecho significa que el prisionero es un hombre avispado, en cambio si se encuentran en las ingles indican un exagerado deseo sexual del preso.
-Galones: Un tatuaje al estilo de galones militares u hombreras al estilo de los uniformes napoleónicos indican que el recluso es un criminal de alto grado.
-Calaveras: Sirven para designar a los asesinos, si se encuentran tatuadas en los dedos, cada calavera simboliza un asesinato.


UNA HISTORIA DE VIOLENCIA.

http://www.youtube.com/watch?v=qspAPLDJl4M

“Una Historia de Violencia es una película sobre las consecuencias de las acciones que emprendemos. La violencia no es un ballet, no es la coreografía de un combate de sables en un bosque de bambú. La violencia es eficaz, brutal, rápida; de una cosa se pasa a otra. Así fue mi acercamiento a la violencia en esta película.”


David Cronenberg.

domingo, 6 de mayo de 2012

EN ALGÚN LUGAR DE LA MEMORIA (REIGN OVER ME)



Peliculón. Reign Over Me (En algún lugar de la memoria en España) es una película de 2007, escrita y dirigida por Mike Binder.

El nombre de la película viene de la canción de The Who “Reign over me”, la cual en la cinta recibe una emotiva interpretación por parte de Sandler, ya que su personaje está sumergido en la música de esa época. Su personaje, a pesar de inspirar risas ocasionalmente, es profundamente humano (como lo es la historia en sí).

Esta pelicula nos habla de la amistad, de la amistad de dos hombres ex compañeros de habitación en la universidad, que el tiempo se encargo de separar.

Charlie Finneman (Adam Sandler) y Adam Johnson (Don Cheadle) se reencuentran en una esquina de New York, 5 años después que Charlie perdiera a toda su familia en los atentados de 11-S.

Pero esta película no hace referencia en si, a los atentados de 11-S sino que es una historia muy conmovedora de amistad, de cómo una amistad puede servir para apoyarse en los momentos más difíciles e intentar salir adelante. Mientras que Charlie es una persona que perdió a su familia en el atentado, perturbado por su pérdida no puede vivir su vida dignamente, vive olvidando y esquivando su pasado, vive en la neuralgia de su propio olvido como si fuese un joven de 17 años, entre los recuerdos de sus hijas y esposa, no sabe qué hacer de su vida, sólo está pateando su vida… de la misma manera que su amigo Alan, que vive agobiado por su trabajo sin ser quien él quiere ser, compadeciendo un matrimonio.

Ambos encuentran el uno en el otro lo que les hace falta… Charlie a un amigo y Alan a un amigo quien le ayude a apreciar las cosas simples de la vida, ambos se dan fuerza y se apoyan a afrontar la vida de diferentes maneras.

Verdaderamente emotiva.

Ahí va el trailer.



Y la canción de The Who (espléndida):