miércoles, 11 de junio de 2008

Esto no es música. Introducción al malestar de la cultura de masas.

El filósofo José Luis Pardo, premio nacional de ensayo, ha publicado Esto no es música, donde repasa el estado de la cultura contemporánea, dominada por la búsqueda de la novedad.

El filósofo José Luis Pardo, premio nacional de ensayo, ha publicado Esto no es música, donde repasa el estado de la cultura contemporánea, dominada por la búsqueda de la novedad. El periodista César Coca lo ha entrevistado para El Correo.

El filósofo José Luis Pardo (Madrid, 1954) ha cogido el bisturí para abrir en canal la cultura contemporánea y diagnosticar sus males. En su último libro, Esto no es música (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), toma como punto de arranque la portada de uno de los más célebres discos de los Beatles, Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, en la que aparecen personajes tan diversos como Marx, Einstein, Marilyn Monroe, Stockhausen, Oscar Wilde y el boxeador Sonny Liston, para hacer una lúcida disección de los orígenes de la cultura de masas y las contradicciones con las que tiene que convivir. Una de ellas, asegura en esta entrevista, es la búsqueda incesante de la novedad, que lleva a presentar como obras maestras un par de trabajos al mes. Otra es que en las sociedades actuales, y más en la española, se están erosionando los límites entre la alta cultura y la cultura popular. Tanto es así que los creadores quieren gozar hoy de las ventajas de ambas: el prestigio de la primera y los ingresos de la segunda.

• ¿En qué se diferencia lo que hoy llamamos cultura de lo que se entendía por tal antes de que las masas accedieran a la misma?

• Las obras de arte tenían un valor sagrado antes de lo que entendemos como modernidad. La belleza que mostraban era tal porque se había posado sobre ellas la mirada de Dios. Ahora, los productos culturales se han convertido en mercancía. La cultura urbana ha forzado la distinción entre alta y baja cultura a partir del siglo XIX, algo que no es más que el reflejo de la división en clases; esas dos culturas se definen por oposición una respecto de la otra. Quienes trabajan ahora en la cultura popular admiten que el 99% de lo suyo no es más que un producto de mercado. Pero eso también pasa con el 99% de la alta cultura, que se limita a repetir modelos anteriores. Lo que sucede ahora ya ha pasado antes: lo verdaderamente bueno es escaso. Por eso estamos obligados a buscar en la basura, para ver si hallamos entre tanto producto comercial o repetitivo algo que merezca la pena.

• ¿Tiene sentido distinguir hoy entre cultura alta, baja y media, como se hacía en Europa desde la Segunda Guerrra Mundial?

• No sé si tiene mucho sentido desde el momento en que a partir de los años sesenta se producen impactos que erosionan esa distinción. Estoy hablando de productos de la cultura de masas que superan sus barreras tradicionales y ayudan a divulgar la alta cultura.

La transgresión

• Usted destaca en su libro cómo la cultura popular trata de legitimarse bien porque pretende cumplir los cánones de la alta cultura bien porque se presenta como algo revolucionario. ¿No se abusa de esto último?

• Sí, la transgresión se ha puesto muy barata en un sentido y muy cara en otro. Barata porque se recurre a ella en exceso y a veces sin justificación, y cara porque se han hecho tantas cosas que es preciso llegar muy alto para llamar la atención. Hoy, la transgresión es un paradigma muy facilón. Las canciones de los Beatles eran transgresoras, pero no en el sentido de que quisieran competir con Stockhausen. Reclamaban el final de esa convicción, falsa en el fondo, de que el esfuerzo permite conseguirlo todo. Eso no ha pasado nunca. Sólo hubo un momento en que pareció posible que el esfuerzo permitiera alcanzarlo todo: fue cuando se pusieron en marcha los proyectos del Estado del Bienestar. Y si ahora se está desmontando es porque nos hemos dado cuenta de que el esfuerzo no permite lograrlo todo, y no compensa hacerlo.

• ¿Y cómo afecta eso a la alta cultura?

• Ha cambiado mucho el concepto en los últimos tiempos. Y no necesariamente porque los creadores quieran vender su obra. También Flaubert lo quería, aunque apenas lo consiguiera. Ahora, la generalización de la figura del gestor industrial ha modificado el proceso: no trabaja para el creador, lo fabrica él mismo. La cultura es hoy un área de negocio como otra cualquiera. En España, los creadores quieren al mismo tiempo prestigio y dinero.

• ¿Sólo negocio?

• Hay más, claro. La cultura es hoy una fuente de identidad, justo lo contrario de lo que sucedió en los sesenta y los setenta. El gran triunfo del pop es que hizo que cayeran las barreras culturales. Si Lennon y Presley cantaban lo que cantaban es porque olvidaron que uno era inglés y el otro no era negro. Hoy no podrían hacerlo.

• ¿El soporte determina la calidad del producto? ¿Una ópera deja de ser alta cultura si se emite por televisión y el espectador la ve en pijama y zapatillas, y con una cerveza en la mano?

• No sé si deja de ser alta cultura, pero desde luego pasa a ser otra cosa. También podríamos plantearnos si una novela traducida es otra cosa. Pero la realidad es que las grandes obras literarias han soportado malas traducciones y lecturas en la peores condiciones. Y, en el sentido contrario, hay quien cumple el ritual de la ópera, va al teatro, la presencia en directo y no se entera de nada...

Dos valoraciones

• ¿Qué diferencia hay entre escribir para un noble o para la Iglesia, y hacerlo para el mercado?

• Lo que cambia el proceso es que a partir del siglo XIX comienzan a existir dos valoraciones para la cultura: el valor artístico y el del mercado. Rara vez coinciden ambas, aunque en la actualidad se ha diluido mucho esa diferencia, sobre todo en España. Grisham nunca aspirará al premio Nobel, pero se consolará de esa falta de reconocimiento cultural dándose un crucero por los mares del Sur, que se puede pagar gracias a sus elevados ingresos. En España, esa distinción está muy erosionada y los escritores, o los músicos, o los creadores en general, quieren ambas cosas: el prestigio del Nobel y el crucero.

• ¿Qué es hoy el artista?

• Lo realmente nuevo de su situación es que se ha querido institucionalizar la propia crítica de la sociedad, algo que a primera vista parece paradójico. Eso ha hecho que el artista desee tener una legitimación. El gran peligro, de esta forma, es que pierda la distancia crítica respecto de esa sociedad que quiere que lo legitime.

• Antes hablaba de la provocación. ¿Por qué se ha convertido en un elemento decisivo en la cultura contemporánea?

• Siempre se ha dado un cierto valor a la provocación. A Flaubert lo llevaron ante los tribunales por Madame Bovary. Hoy leemos esa novela y no entendemos que pudiera ser provocadora. Antes comentaba que la provocación está sufriendo un gran desgaste y eso está relacionado con el culto a lo nuevo que profesa la modernidad. Creemos que estamos en el final de la Historia y por eso nos vemos en la obligación de estar inaugurando una época todas las semanas.

• Vivimos en la sociedad del espectáculo. ¿Degrada eso el espectáculo cultural?

• La dimensión de espectáculo es algo que ha existido siempre en muchos aspectos de la vida. La vida política de los griegos la tenía también. El problema es cuando algo se limita a ser sólo espectáculo, cuando sobre lo que discutimos es únicamente sobre cuotas de share.

La belleza

• En su libro escribe que la religión es una ficción poética. ¿Cabe reivindicar su supervivencia como uno de los productos más altos de la cultura?

• La religión intenta suplir aquellas respuestas que no pueden venir de ningún otro sitio. No podemos saber la respuesta a muchas cosas, pero no dejamos de imaginar cuáles pueden ser las respuestas. La religión, como la poesía, trabaja con ese resto de la naturaleza humana del que llegan las mayores promesas y las mayores amenazas. Los problemas vienen cuando la religión se quiere mezclar con la política o cuando se quiere convertir en una visión de la Historia.

• El arte contemporáneo ha generado obras que un ser humano no puede llegar a alcanzar en su totalidad. Desde hace unos años, por ejemplo, un órgano programado por ordenador toca una obra de Cage que tardará siglos en terminar. ¿Debe el arte perder la dimensión humana?

• Hay una reacción desde hace tiempo contra la reproductividad técnica que reivindica la dimensión única de cada obra de arte. Es algo que tiene que ver con la fragmentación del tiempo y con el hecho de que un hilo narrativo convencional ya se hace sospechoso a los ojos de la cultura y al arte contemporáneos.

• ¿A estas alturas de la civilización, el arte tiene alguna obligación respecto de la belleza?

• La belleza ha sufrido también grandes avatares a lo largo de la Historia. Hasta el siglo XVIII se pensaba que era algo objetivo, algo que residía en las proporciones. La modernidad establece que la belleza es algo que los humanos añadimos a las cosas y por tanto ya no es algo que se puede reducir a una cuestión de proporciones armónicas. Ahora, estamos hablando del esplendor de algo nunca visto. Se trata de dar luz nueva a un fragmento de vida cotidiana.

—César CocaEntrevista publicada originalmente en el diario El Correo (30.Dic.07)

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